En nuestra sociedad, persisten prejuicios invisibles que marginan a personas con problemas de salud mental, en situación de calle o con discapacidad intelectual. Estos estigmas generan exclusión, dolor y barreras para acceder a oportunidades.
Miradas
Contra el Estigma
Un espacio de diálogo social
Miradas contra el estigma

Joaquín, o ‘Quino’, como le gusta que le llamen, es soldador. Nació en Madrid, donde ha vivido siempre. Con ocho años empezó a fumar tabaco para tratar de encajar en los grupos: “Tenía una carencia de autoestima muy alta y necesitaba la aceptación de los demás. Fumando me sentía más hombre, me sentía más importante”. Aquello acabó derivando en adicciones más graves, como las drogas. Ahora lleva 35 años sin consumir, su mayor punto de apoyo ha sido la fe, los testigos de Jehová: “Salir de la droga es duro, pero se puede” y la ayuda de profesionales: “He cambiado mucho, la diferencia es enorme. Yo dejé la droga de forma radical, corté mis amistades. Antes necesitaba consumir, me permitía sobrevivir como persona. Ahora mi estímulo es mi propia autoestima, que va creciendo poco a poco gracias a los terapeutas y a asistentes sociales”. Le diagnosticaron trastorno bipolar, en su caso, le ayudó: “Yo me sentí muy bien porque me sentí liberado y me di cuenta de que no era ningún sinvergüenza, ni ningún delincuente, ni ningún vicioso. Y aquello me liberó porque sabía que había especialistas que podían encontrar la solución a mi problema”. Cree que aún hay mucho desconocimiento sobre la salud mental: “Siento que hay mucha gente desinformada en este tipo de asuntos, porque estamos hablando de la mente, no estamos hablando de un problema físico, que se ve y que se palpa y se trata. De la mente todavía queda mucho por investigar. Entonces, es normal que todavía haya un pequeño mito sobre estos asuntos, por desconocimiento médico, en primer lugar, y si hay desconocimiento médico, lo hay muchísimo más en la sociedad”, aunque todo este
estigma a él no le afecta: “A mí nunca me ha preocupado. Me ha preocupado el recuperarme y salir adelante, no me ha preocupado lo que otros piensen”. Tras 25 años como soldador su cabeza le pidió parar, fue a un tribunal médico que le concedió la incapacidad. Ahora imparte un taller de lectura en el centro de día de Alcalá de Henares del Grupo 5: “Leemos un grupo de personas con o sin discapacidad. Cuando lo lees, si lo haces de una forma normal, parece un cuento de niños, pero si lo lees con el sentimiento y el énfasis que se necesita, enseguida salen aflorando ideas y cosas que pueden ayudar a la persona a mejorar en su estado de salud mental. Intentamos ahondar en los sentimientos y las emociones que cada persona tiene mediante la lectura de ese libro”. El último que leyeron fue ‘Los pantalones de Luisa’ que cuenta la historia de Luisa Capetillo, una pionera puertorriqueña del feminismo.
Quino manda un mensaje a los jóvenes que se estén enfrentando a adicciones: “Que no piensen que son superiores por consumir, que es el engaño de la droga. La droga te hace pensar que eres más hombre y que estás por encima de los demás cuando consumes. En realidad, estás usando una bajeza moral impresionante”. Tiene claro lo que le diría a su yo futuro: “Que se mantenga fiel a sus ideas, que no recaiga nunca, por supuesto, porque lo sigo teniendo muy claro, y que pueda darle a mi mujer lo que tanto le he quitado durante tanto tiempo” y es muy consciente de lo que le hace feliz: “Ahora soy una persona muy feliz, que tengo mis problemas, por supuesto, como todo el mundo, pero estoy muy recuperado. Yo sinceramente debo decirlo: soy una persona muy feliz con las cosas normales de la vida. No busco grandes acontecimientos. Me mantengo muy feliz con lo que tengo”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Elena es de Coria, un pueblo de unos 12.000 habitantes de la provincia de Cáceres. Se licenció en Historia del Arte en la Universidad de Extremadura, pero ha desarrollado su carrera profesional en otro ámbito: “Sí que me hubiera gustado dedicarme a la historia del arte, pero con 27 años aprobé una oposición de funcionaria en la Universidad Complutense de Madrid. He pasado por muchos puestos diferentes a lo largo de todos estos años y ahora mismo estoy trabajando en el Archivo General”.
El fallecimiento de su madre fue un punto de inflexión en su vida: “Yo había estado en tratamiento anteriormente, pero hace siete años a raíz de la muerte de mi madre me vino una depresión fortísima, me hundí y tuve que pedir ayuda” encontró apoyo en un compañero de trabajo: “Tuve la inmensa suerte de conocer a un catedrático de Psiquiatría de la Complutense. Él tiró para adelante conmigo. Él me veía cada semana en el despacho de forma altruista, para mí significó mucho. Le debo la vida, hizo que remontara”.
Elena explica que le ha influido en muchos aspectos: “Yo soy madre, entonces he sentido que a veces no tenía la fuerza suficiente para seguir adelante y tirar con mis hijos. No he podido tener una vida plena en el sentido de poder disfrutar de las cosas cuando he estado mal. Eso sí, luego cuando he estado bien he intentado resarcirme de esos momentos, de esas temporadas, porque son temporadas”. Elena explica cómo se ha resarcido: “Cuando estoy bien trato de exprimir cada momento, disfrutar con las mínimas cosas. Con salir a tomar un café, con quedar con una amiga, con abrazar a mi padre, a mis hermanos, a mis hijos. Con esas pequeñas cosas me hacen feliz porque lo valoro, lo valoro muchísimo. Quizás cuando estás bien no te das cuenta de lo que tienes y cuando estás hundida añoras esos momentos, entonces cuando ves un poquito de luz te agarras a tus seres queridos, intentas disfrutar” cree que no se entiende la depresión en la sociedad y, menos, si es en personas que pueda parecer que tienen una vida estable: “Cuando dicen «es que lo tiene todo, debería ser feliz» ¿qué es todo? Yo soy una persona altamente sensible, todo me influye. Me influye lo bueno, pero también lo malo muchísimo. No se trata de tener la vida resuelta, se trata de otras muchas cosas que abarca la vida, que abarca el vivir. Porque cuando hablas con alguien te dice «es que tienes que poner de tu parte» y eso es, precisamente, lo que no tenemos fuerza para poner de nuestra parte y eso no se entiende”.
Elena tiene muchas aficiones: “Me gusta el cine, la lectura y mi libro favorito es ‘Cien años de Soledad’ de Gabriel García Márquez. Además, me encanta viajar en la medida de mis posibilidades siempre intento hacer alguna escapada, aunque sea a sitios cercanos”, de hecho, estos días se escapa a uno de los viajes que no perdona nunca: “Mi pueblo lleva 25 años hermanado con uno de Francia, con Les Herbiers, un pueblo que está muy cerca de Nantes. Empezó ese hermanamiento por una profesora de español que fue allí y le gustó. Yo trato de ir todos los años que puedo”. Elena destaca la paciencia como una de sus cualidades: “Soy una persona con mucha paciencia. Durante un tiempo abracé el budismo y lo aprendí de ellos. Las fortalezas también son mis hijos, de hecho, el momento más feliz de mi vida fue cuando nació mi hija que fue la primera y fue como una inmensa satisfacción. Y luego soy una persona abierta, creo que tengo mucha facilidad para empatizar, para hacer amigos y para relacionarme con la gente”.
A su Elena más joven le diría que “aprovechara cada momento, que no tuviera límites, ni fronteras y que fuera intrépida” y a su futura que “tenga calma, sosiego y que no se canse”. Tiene muy claro el mensaje a personas que se sientan identificadas con su historia: “Les diría que es duro para las personas que tenemos depresión vivir, que la vida cuesta. A mí me ha costado mucho, he tenido ganas de morirme y a veces no ves lo bueno, pero la vida tiene cosas muy bonitas, muy hermosas y hay que disfrutarlas. Porque las temporadas en las que estás bien se disfruta mucho de esas cosas pequeñas. Que esos momentos de felicidad acaban llegando a la vida y cargan las pilas”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Sonia es de Madrid. Tiene 51 años. Recuerda, con cariño, que de pequeña “le gustaba saltar a la comba, jugar a las canicas, a la muñeca que se hacía con tiza…”. Su padre fue uno de los propietarios del Rayo Vallecano así que su vida profesional ha estado muy relacionada con la hostelería: “Recuerdo que cuando yo iba me ponía una caja de Coca-cola. Después ya estudié hostelería” también es auxiliar de geriatría y peluquera, aunque le hubiera encantado ser “fotógrafa o modelo”.
Durante su infancia y adolescencia tuvo que cambiar varias veces de lugar porque la abandonaron a los cuatro años. Eso ha influido en todas sus relaciones posteriores. Vivió varios años en Chile con su expareja, donde tuvo a su hijo: “Su nacimiento fue el momento más feliz de mi vida. Fueron trece horas de parto”, aunque el pequeño “falleció a los ocho meses”. Sonia sufrió entonces maltrato de su expareja y volvió a Madrid, donde estuvo un tiempo viviendo en la calle: “Yo creo que la gente nos mira mal, piensa que todos nos drogamos o que bebemos y no saben lo que ha podido vivir esa persona. Tienen que ser un poco empáticos. No saben o no tienen ni idea de por qué esa persona ha llegado a la calle”. Uno de sus mayores apoyos en este tiempo ha sido Trasto, un perrito que cogió cuando tenía tres meses: “Hace poco ha cumplido tres años”, pero Sonia tiene que darlo en adopción porque no está permitido su acceso al recurso donde ella va a entrar: “Me duele mucho porque le prometí que nunca le iba a abandonar. Si mi historia la va a leer alguien del Gobierno le pido, por favor, que creen un recurso para mujeres maltratadas al que puedan ir con sus perros. Tienen que entender que mi perro es mi principal punto de apoyo, y que en el año 2025 no exista ese recurso no me parece bien”. Tiene un sueño: “Que me toque la lotería y montar un albergue para mujeres que han sufrido violencia machista y que puedan ir perros y gatos”. También agradece a la Cruz Roja todo el apoyo que le han dado.
Sonia no suele perderse ninguno de los talleres de apoyo que le ofrecen: “Los talleres están muy bien porque te hacen no pensar en otras cosas malas. Por ejemplo, en carnaval nos disfrazamos, hicimos nosotros las prendas y yo me disfracé de comecocos y también disfrazamos a Trasto, fue muy muy divertido. Los viernes además hay talleres de cocina. También hace poco fuimos al museo Thyssen”. Además, Sonia tiene otras aficiones: “Siempre me ha encantado escribir. Todos los días escribo en mi diario. Es una costumbre que cogí para recordar cómo ha sido mi vida, que no ha sido fácil. Y luego me hacen felices cosas muy simples: caminar, ver las flores. Me hace feliz ver a la gente reírse, los niños. Hasta un pájaro bebiendo de un charco me hace feliz”. Un lugar que le gusta y le hace sentir en calma es Galicia “por el entorno y la gastronomía” y su plato preferido son los “huevos rotos”.
Sonia se describe como una persona “tímida” a la que le gusta “escuchar a la gente”, también como una buena persona: “Yo creo que soy una buena persona porque me hacen daño y sigo confiando en la gente, sigo dando porque al final creo que el que da recibe. Dios también ha sido un apoyo”. En el futuro se ve trabajando en una ONG: “Me gustaría poder ayudar a personas que han pasado por una situación como la mía” y manda un mensaje a las mujeres víctimas de violencia machista que se sientan identificadas con su historia: “Que no se callen, que no tengan miedo y que denuncien, que se lo digan a una amiga si no pueden, lo que sea”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Laura es de Madrid de pequeña vivía en el centro, pero sus padres -que eran profesores- se cansaron de la ciudad y decidieron mudarse a las afueras: “Mis padres veían que la capital se estaba masificando mucho así que decidieron comprar una casa en Colmenar Viejo porque a ellos les gustaba ese modelo de vida. Hemos estado siempre mucho en el campo, hacíamos mucho deporte”. Tiene claro los lugares que le hacen sentir tranquila: “Yo soy de mar y me encantan las Islas Baleares, sobre todo Formentera y Mallorca”.
Al principio estuvo un poco indecisa para escoger carrera, pensó en la Arquitectura, pero finalmente se decantó por la Medicina: “Yo siempre he sido súper estudiosa, súper empollona, siempre he sacado súper buenas notas. Y cuando lo dije como que se sorprendieron, como todos han sido profesores tampoco les impresionó mucho, o sea no hubo muchos fuegos artificiales, pero la verdad es que me dio igual. Siempre me pareció interesante atender a gente y estar con la gente”. Después de la carrera le tocó escoger especialidad: “A mí siempre me ha interesado la filosofía y eso. En general la medicina me parecía todo como muy mecanizado. Por ejemplo, no me veía en traumatología con un serrucho y la sangre. Yo soy una persona a la que le encanta hablar, además no soy muy ortodoxa, soy como más desordenada incluso, más creativa y me pareció que la psiquiatría tenía esa parte, como no tan lineal, no de seguir protocolos. También creo que las personas y los pacientes que venían me adaptaba mejor con ellos, como que iba a estar más contenta, la verdad”.
Laura lleva ya 20 años ejerciendo y le han sorprendido cosas: “Para bien me ha sorprendido que he visto trabajadores, compañeros muy humanos, muy entregados. Y para mal las consecuencias del propio sistema que no me gustan. He visto cierta violencia. He visto muchas urgencias y el sistema ejerce violencia hacia los pacientes. Entiendo que en el momento es necesario para intentar contener a alguien que está muy agitado, a personas que sufren, pero tengo muchas dudas con eso. Porque cuando intervienes, muchas veces, lo haces contra la voluntad de la gente y es doloroso. Me ha pasado con pacientes, aunque es verdad que luego se lo explicas y la gente lo comprende cuando se encuentra bien. Creo que a veces los métodos son mejorables” Laura cree que se está avanzando: “Nada tiene que ver la psiquiatría de los años cincuenta, o los ochenta con la de ahora. Creo que todo va a ir en esa línea. Veo una perspectiva de mejora, pero para eso hacen falta medios. No es que no haya intención. Se puede hacer y reducir esa violencia, por ejemplo, en Inglaterra o en Europa en muchos sitios no se contiene a la gente, no se les ata. Hay mecanismos para no llegar a eso, hay personal, hay otro tipo de sitios. Yo tengo esperanza”. Laura cree que en la sociedad sigue habiendo estigma: “Desde el COVID ha habido un cambio radical. Creo que es un punto de inflexión a la hora del abordaje de la salud mental, pero también creo que se habla de una salud mental que no tiene el verdadero estigma. Es decir, el estigma creo que lo tiene más el paciente mental grave que sigue hoy en día considerándose una persona impredecible, peligrosa quizás, o alguien que no merece nuestra mirada. Y ahora como que se habla de una salud mental light. Por eso nos queda mucho trabajo. Incluso a mis pacientes, yo les digo «¿Qué diríais si te dicen que el vecino de arriba tiene Esquizofrenia?» y me responden «¡ay, qué miedo» e igual algunos de ellos están diagnosticados con esquizofrenia. O sea que esto está en la sociedad, yo creo que aún no se conoce nada de la esquizofrenia”, aunque destaca que sí se ha empezado a hablar de otras cosas: “Como de suicidio, ahí se está perdiendo un poco el miedo, o de psiquiatría infanto-juvenil. Pues es que hay que ir avanzando”. Laura cree que es importante para luchar contra ese estigma informar: “Realmente la gente tiene que saber que es más fácil que ejerzan violencia contra una persona con trastorno mental grave, antes que ellos vayan a abusar de alguien. El problema es que solo se ve en las noticias lo contrario”.
Laura tiene muchas aficiones: “Soy adicta al tenis, aunque últimamente me he pasado al pádel y compito. También en tenis playa. Bueno, todo lo de la raqueta me va”, también las comparte con su familia, con sus hijos: “Es verdad que somos muy urbanitas, vivimos en el centro de Madrid, pero nos hemos apuntado a un club que está en las afueras para también tener un poco de verde, un poco de oxígeno y disfrutamos mucho los fines de semana allí”. Una de las cualidades de Laura es el optimismo: “Siempre veo el lado bueno. Soy bastante flexible, me adapto muy bien a los cambios, vamos, creo. Y veo siempre el recoveco, dónde estar bien. Intento rodearme de gente con la que estar bien”, es así como cuida su salud mental: “Intento hacer mucho deporte, tengo muchos amigos y luego trato de desconectar, de coger vacaciones y excedencias, como una reducción para estar con la familia, para irnos a la playa y dosificarme mucho, no sobrecargarme. Otra de las cualidades que tengo es que desconecto muchísimo en cuanto salgo de aquí no me llevo nada. A las tres salgo y ya está. Lo que he hecho, ya está hecho y lo que tenga que hacer ya se hará”. El futuro lo ve muy similar: “Me veo aquí, porque la verdad que estoy a gusto. Me encanta trabajar con la gente con la que estoy. Y familiarmente lo mismo, disfruto mucho, así que no veo muchos cambios”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Paula es de Madrid. Vivió en Algete hasta que con diez años se mudó al pueblo de al lado, a Cobeña, donde vive. Su familia siempre ha estado muy vinculada con el deporte, pero ella no acababa de engancharse: “Sí que mi padre es muy deportista. He ido mucho a montar en bici con él, pero no acababa de ser lo mío. También probé gimnasia rítmica y otras cosas, pero tenía muy mal equilibrio. Más tarde en una resonancia descubrí el por qué, vieron que tenía una malformación en la parte del cerebro ligada al equilibrio”, pero eso no le ha evitado encontrar su verdadera pasión: “Con trece años mi madre me apuntó a teatro para que pudiera socializar porque en el colegio esta parcela me costaba mucho, no tenía ningún amigo. Desde entonces no lo he dejado”. Paula ha ido evolucionando como las clases y las compañías a las que se apuntó: “Lo ofertaban como teatro musical y a mí el tema de cantar también me gusta mucho, me apunté a las clases en Algete, pero al año siguiente formamos una asociación el ‘32 de Pío Baroja’ en verano de 2014, yo fui asociada fundadora y así fueron pasando los años, hicimos un montón de obras de teatro, aprendí un montón y sigo siendo muy feliz”. Con el teatro aún tiene una labor pendiente: “Me encantaría algún día poder ser la protagonista de una obra” ha conseguido logros muy importantes: “Yo tengo mucho humor. Se me da muy bien hacer monólogos y en el 2019 el alcalde de Algete me pidió que diera el pregón de las fiestas”, además María ha conseguido crear muchos vínculos, una red de apoyo: “Hay amistades que se han ido, pero han llegado otras muchas”. De hecho, ahora, su vida laboral está ligada al teatro: “Soy profe de tres grupos de peques en otra asociación ‘Hijos de la Serendipia’ que montó una de mis amigas. Es algo que me encanta, es que me llena muchísimo”. Precisamente Paula es maestra, especializada en Educación Infantil: “Es verdad que hice selectividad sin saber lo que quería hacer, pero cuando la terminé de golpe tuve
super claro que quería estudiar Magisterio, pensé en Infantil y de Primaria, pero la nota no me llegó por cuatro décimas al doble grado, así que finalmente escogí Infantil”.
Durante la carrera Paula tuvo que superar algunas adversidades: “Al final de tercero enfermé con anorexia, tuvieron que ingresarme y dividí el siguiente curso en dos tramos mientras me recuperaba. O sea, mis terapeutas siempre me han dicho que desde pequeña yo no he vivido al 100%, que he sobrevivido, porque yo he estado muy mal socialmente. Cuando di la voz de alarma, que no suele ser muy habitual, el primer médico me derivó directamente a un recurso de ingreso. El primer día fue muy duro el impacto, el miedo de mis padres, sobre todo porque tomar una decisión así con un cambio tan drástico no es fácil, pero al final le dije a mi madre «mira mamá no sé qué me van a hacer aquí, ni de qué va esto, pero el señor que me ha hecho la entrevista se sabía todas mis respuestas antes de que yo se las dijera» eso me daba una sensación de alivio porque alguien espera que yo le responda eso, alguien me comprende. Nos lanzamos a la piscina”.
Paula considera que los trastornos de la conducta alimentaria son bastante incomprendidos en la sociedad: “Yo creo que no se entiende la anorexia como una enfermedad mental, sino como algo físico, pero es que cuando yo ingresé 24 horas estaba muy mal físicamente, pero considero que de la anorexia yo he estado peor estando en mejor peso, estando nublada totalmente, en un estado depresivo, ansioso, en un hoyo muy profundo. Es que el tema comida pasa a un segundo plano. Además, solo se habla de la anorexia, pero es que está el trastorno del atracón que es el que más prevalencia tiene y nadie habla de ello”.
Ahora Paula ha conseguido estar en un punto asintomático: “Es por una cuestión de rutina, por seguir haciendo lo que estaba haciendo hasta ahora”. Paula ha seguido formándose y estudiando: “Hice un máster de Psicopedagogía porque el proceso tan duro que he pasado me hizo abrir los ojos de la importancia de que la Educación Infantil es una de las etapas más importantes del desarrollo de los niños y quiero ayudar desde ahí”. Después se entregó a la oposición, pero no salió como esperaba, a pesar de su gran esfuerzo compaginándolo con tratamientos y ahora ha decidido estudiar otro máster del que está enamorada: “Es de inteligencia emocional y es que me está flipando. Me está encantando, es que es lo mío”.
Sobre el futuro aún tiene algunas dudas: “El otro día un niño me preguntó que quería ser yo si orientadora o profe y le respondí que no lo sabía, pero que estaba segura de que mi futuro iba a estar en lo que creo que mejor se me da que es escuchar a los pequeños, empatizar y tratar de buscar con ellos una solución. Hacer con ellos seguimiento de esa escucha”. Paula tiene más cualidades: “Me considero una persona muy alegre, aunque a veces me nublo. Es una frase que me decía mi abuelo y creo que no está mal a veces nublarse y sentir otras cosas. Creo que soy leal, que tengo un sentimiento de justicia muy grande, que utilizo mucho el humor y que soy una persona resiliente y resolutiva” y eso le gustaría habérselo dicho a su Paula más joven: “Realmente, aún no he llegado al final del camino así que no se si hay luz o no, pero sí le diría que confíe en ella y en sus valores. Que estoy a los pies de la Paula pequeña y adolescente porque han sido dos chicas súper luchadoras y que no se olvide nunca que por muy sola que esté -porque va a estar muy sola en muchos momentos- que siempre va a estar con ella misma y que confíe, que confíe”. Cree que su futuro pasa por un lugar rural: “Me veo viviendo en un lugar tranquilo, a las afueras de una ciudad, en un lugar con campo y trabajando con niños”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Jesús nació en Guadalajara, una ciudad que le encanta. A sus 71 años, presume de haber vivido siempre allí. En su entorno le conocen como ‘Chuchi’ un apodo cariñoso que “le hace sentir muy bien”. Le encanta la madera y la encuadernación, se ha dedicado a formarse en ello en los talleres ocupacionales. Muy joven entró a vivir en el Centro Nuestra Señora de la Salud, donde estuvo casi 30 años. Ahora vive en las viviendas con apoyo del Hayedo, aunque con algunos altibajos, se siente muy cómodo allí, se han convertido en su familia, es donde pasó los momentos más duros de de la pandemia, el confinamiento más crudo.
Una de las aficiones de Jesús es salir a pasear por el centro de Guadalajara, a pesar de que denuncia que, en ocasiones, ha sufrido desprecio: “Algunas personas sí que han hecho burla de algunos de mis amigos, con risas despectivas. Lo he sufrido alguna vez. La verdad que no entiendo el por qué, no tiene sentido”.
Cumple los años en verano, su estación preferida, le encanta visitar el mar y la playa. El año pasado viajó a Murcia, a Mazarrón: “Me encanta la playa, el sol y el agua, me ayudan a relajarme”. Tiene planteados varios viajes, el más próximo al Monasterio del Escorial, porque le encanta el arte. Eso sí, pide a su salud y a sus rodillas que “le permitan disfrutar muchos años más”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Sonia es de Madrid. Vivió entre Alcobendas y Alcalá de Henares hasta que muy joven se fue a vivir a Teruel para estudiar capacitación forestal, siempre ha sido una amante de la naturaleza.
Sus primeros empleos fueron en la jardinería, hasta que un día trabajando sintió que no podía más, sentía burlas del entorno y ansiedad mientras le invadían pensamientos negativos. Fue en pleno verano, sentía que el calor le asfixiaba. Decidió pedir ayuda. Los médicos catalogaron aquello como un brote psicótico. Después le dieron un diagnóstico con el que nunca se ha sentido identificada “me han diagnosticado esquizofrenia paranoide y cosas así. Pero yo prefiero no ser un cartel, ¿sabes? Yo confío en mí”. Empezaron a medicar a Sonia contra su voluntad “me forzaron a tomar medicina que yo no quería. Y me decían que era por mi bien, que era por mi bien. Y yo no quise creerlo, no quise creerlo porque a mí me empezaron a dar medicina y me sentía apagada, apagada, apagada”. Ante esta situación decidió dejarlo todo para ir a Londres, una de sus ciudades favoritas. “Quería sacarme el carné, que todo me fuera bien. Y algo me decía, vete a Londres, vete a Londres, y me fui a Londres. Siempre me ha encantado viajar”.
En Londres, a los 24 años se quedó embarazada, tuvo un parto complicado: “Sentí un momento como que yo me iba, como que me moría, pero dije no, no, no. Este mundo es para vivirlo, y si ya tengo un hijo para estar con él y para vivir con él no me puedo ir, ni él ni yo. Y 22 años después, y aquí estamos”. Y aquí está. Sonia volvió a Madrid con su bebé, tuvo que trabajar en empleos con un sueldo muy bajo, en los que muchas veces le exigían mover grandes cargas de peso: “Soy como muchas madres coraje. He confiado en mi camino y ojalá muchas madres del mundo hagan eso”. En esa época tuvo que pasar por procesos muy complejos “acepté que me dieran el carnet de discapacidad. Superé procesos difíciles”. Desde entonces Sonia se ha dedicado a formarse en una escuela de arte, con cursos de marroquinería, corte y confección y pintura, aunque la pandemia le hizo frenar esos proyectos: “Vino el coronavirus y se alteraron las cosas. Me daban mucha medicina y me costaba mucho levantarme porque, de repente había perdido todo el hábito”. A Sonia siempre le ha encantado dibujar: “Siempre me ha gustado desde pequeña. Mi padre me traía papeles del trabajo y yo dibujaba, mi hermana siempre ha sido más de matemáticas. Yo tenía una profe que me decía que era super artista. Me gusta más explicarme haciendo cosas que hablando. Sirve para contar todo lo que he sentido en mi vida”.
Sonia describe su estilo “lo que hago es mezclar formas, porque yo desde pequeña miraba al cielo y veía formas. Hay gente que solo ve nubes, pero yo veía formas. A veces en el folio me pasa eso, que es como si proyectaran formas que no están y están”. La pintura se ha convertido en un alivio: “He estado horas y horas desahogándome así de la vida”. Sonia ha logrado independizarse y tiene las metas muy claras: “Quiero dar ejemplo, conseguir que a la gente les gusten mis dibujos, y la ropa que yo hago. Quiero hacer exposiciones y poder vivir. Si me reconocen mis dibujos y me los pagan sería muy guay” y recuerda que nunca sabemos a lo que se enfrentan las otras personas: “Hay que comprender que la gente tiene su fragilidad en esta vida”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Lorena vive en Madrid, aunque tiene familia de Extremadura y León. Estudió Magisterio, pero cuando finalizó, con 25 años, se dio cuenta que no era exactamente lo que quería y decidió empezar Terapia Ocupacional: “Con 17 o 18 años estaba un poco indecisa, pero viendo la parte de educación infantil que tenía que ver más con la discapacidad pues me gustó ese mundillo. Terapia Ocupacional me enamoró, considero que es una carrera que abre muchísimo la mente y me encantó. Me gustó desde el primer momento y hasta hoy”. Hoy ejerce en el Hospital de Día de la Fundación Jiménez Díaz: “Hasta que llegué no había terapeutas. Creo que me cogieron por el perfil que tenía, así muy pedagógico, muy creativo. Ahora hace ya tres años y medio que estoy aquí”.
Su primer contacto con la salud mental había sido durante las prácticas: “Era como que en estas había un poco más de miedo. Cuando hablamos de estigma, creo que lo hacemos desde el desconocimiento. Cuando llegas a la unidad es completamente distinta a las otras por las particularidades que tiene, por las normas de seguridad que hay. Es que en psiquiatría los pacientes, muchas veces, no tienen acceso a sus teléfonos móviles y esas cosas se te quedan grabadas. Hay pacientes que te dicen incluso que echan de menos su propio cepillo de pelo, o que se les trata de manera fría y distante. Yo creo que los profesionales, y por ejemplo aquí, sí tenemos muy superada la barrera del estigma, pero es verdad que el desconocimiento cuando llegas a una planta de psiquiatría es complicado”. Es de las pocas de su carrera que ha acabado vinculada a la salud mental: “Tampoco era mi primera opción dentro de terapia. Hay muchas personas que trabajan en neurología, patología física, con niños, con ancianos… es verdad que la salud mental es la gran desconocida. De hecho, de compañeros míos de la carrera, yo soy la única que está trabajando en salud mental, el resto están casi todos con niños. He descubierto que estoy cómoda y me gusta”. En su entorno, al principio, les generó un poco de rechazo: “El primer día que dije voy a trabajar en una planta de psiquiatría todo el mundo me dijo, «¿no tienes miedo? ¿Vas a trabajar con locos?» al principio era como tener que estar explicando constantemente lo que iba a hacer. Además de que la terapia ocupacional es una profesión poco reconocida, como que la gente no entiende lo que hacemos y creo que somos una parte fundamental de la rehabilitación. Queremos que la persona vuelva a desempeñar sus actividades diarias de la mejor manera. Pero en mi entorno van perdiendo poco a poco los prejuicios”. Lorena cree que una de las claves que ayuda a las personas a recuperarse es la ocupación: “En el momento en el que una persona ha tenido un episodio psicótico, que es lo que más vemos aquí, creo que no vuelve a ser la misma y reestructurar otra vez todo para que vuelva a ser una personal o más autónoma posible es fundamental”.
El deporte preferido de Lorena es la natación y tiene muchas aficiones: “Me gusta mucho la música de todo tipo. Es verdad que soy una apasionada del rock, pero escucho de todo. Me gusta caminar, hago senderismo de vez en cuando en la montaña, me encanta viajar, creo que enriquece la mente”, además se considera una persona muy abierta: “Soy también empática y me gusta mucho hablar, creo que se nota. Me enriquece mucho hablar con personas, yo no habría podido trabajar con papeles, en magisterio y terapia tienes que tener un trato cálido y humano. Además me considero extrovertida, divertida, creo que trato de animar un poco el día y soy cariñosa. También me encanta ver películas, series, quedar con amigos y soy una persona muy familiar” todas estas cosas le ayudan a cuidar de su salud mental: “Es verdad que es imposible no llevarse algo del trabajo a casa. A mí me cuesta cerrar el viernes el despacho, irme a mi casa y no pensar en cómo estará una persona que he atendido y si habrá solucionado el problema.
Hay cosas que se hacen duras, como cuando te dan una mala noticia, que las hay porque creamos muchos vínculos. En mi vida personal es verdad que hay altibajos, pero ahora estoy tranquila, si tengo algún problema se a dónde acudir. Es verdad que, igual que muchas veces hago terapia con mis pacientes y ellos me devuelven cosas, a veces ellos también son mi terapia, y eso tiene mucho que ver con lo que defendemos mucho los terapeutas de la importancia para los seres humanos de estar ocupados que no entretenidos, ojo”. Cree que aún faltan pasos por dar en la sociedad sobre salud mental: “Hemos avanzado. Antes no podíamos decir voy al psicólogo, ahora sí, pero queda camino por recorrer, no es lo mismo decir a alguien tienes depresión a tienes una esquizofrenia. Queda movimiento en la sociedad y queda que la prensa deje de abrir, con titulares horrorosos”.
Hubo una época en la que Lorena tenía dudas: “Con 17 años estaba más perdida, quería estudiar Periodismo. Es que al final la vida es un camino en el que es difícil ir recto. Vas cogiendo distintas ramas y hasta que uno se encuentra, a veces también es necesario perderse. No me arrepiento de haber estudiado Magisterio, pero al final la terapia ocupacional forma parte de mí y encontrar tu vocación es complicado, pero en el momento en el que lo encuentras, es como que has encontrado esa chispa”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Antonio Orlando nació en Caracas, en Venezuela. Antonio se lo pusieron por su abuelo, al que recuerda con gran cariño “ya el otro nombre, el de Orlando, me lo pusieron por el tomate”, bromea. Llegó a España con nueve años. Es electricista, una profesión que “siempre le ha llamado mucho la atención”, pero que ha dejado de ejercer. Es aficionado del Real Madrid.
A punto de cumplir 69 años vive en las viviendas con apoyo El Hayedo de Guadalajara donde ha forjado grandes amistades, e incluso, ha encontrado el amor, aunque se define como “un alma libre, abierta a lo que venga en el terreno emocional”. Orlando perdió muy joven a sus padres, lo que le ha provocado siempre un sentimiento de soledad. Tiene familia en Madrid, pero hace tiempo que no la ve y le gustaría poder reencontrarse con sus tíos: “Si me gustaría que si leen mi historia vinieran a verme, me haría mucha ilusión”. Tiene otros deseos pendientes: le gustaría vivir en una zona más céntrica, más cerca de la arteria principal de Guadalajara y espera poder comprarse un coche que “le de libertad”, tiene muy claro el modelo: “No necesito un coche muy grande, simplemente uno de esos de dos plazas, que pueda ir yo con mis amigos, para moverme con libertad, subir y bajar. Es una de las cosas que me quedan pendientes”, cree que no es tarde para conseguirlo: “Lo voy a intentar, solo necesito el carné de moto”. Su época preferida es el verano, por los chiringuitos y porque es su cumpleaños, cuando cumple con la tradición: invitar a su amigo Miguel Ángel al aperitivo.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Marian es de Madrid. Siempre tuvo claro que quería dedicarse a una profesión “relacionada con las personas, ayudando a los demás”. Su abuela tuvo Alzheimer, y eso le impulsó a decantarse por la terapia ocupacional: “Yo empecé la carrera más que nada por ayudar a mi abuela. Vi sufrir mucho a mi padre porque no le reconocía y eso me marcó muchísimo”. Sin embargo, no se veía capaz emocionalmente de trabajar en residencias de mayores. Finalmente, y por casualidad, empezó a trabajar en el madrileño pueblo de Cobeña en una residencia de salud mental: “Entré aquí de casualidad, pero me he quedado 25 años. No me canso”.
Su carrera universitaria coincidió con la reforma psiquiátrica: “Cuando entré en la universidad les llamaban manicomios, que ya la palabra… pero con la reforma en la Comunidad de Madrid se eliminan, se crea una red de salud mental y es cuando se empiezan a abrir todos los recursos diurnos que hay ahora. Yo no me podía creer estar siendo parte de ese proyecto. Yo decía ¡qué guay! voy a trabajar y ser parte de esto, voy a trabajar con estas personas en la integración. Me sentí súper orgullosa”. Aun así, reconoce que sigue habiendo mucho estigma, por ejemplo, en cómo percibe la sociedad que es una residencia de salud mental: “Venir a un recurso así ya es súper estigmatizante. Sobre todo, las personas jóvenes. Esto es voluntario y dar el paso es difícil, hay que empatizar mucho con esa persona”. Una de las claves es la educación: “La residencia se llama CTVA de Centro Terapéutico Vacacional y algunos chavales le llaman ‘ce te va la olla’, entonces tratamos de hacer muchos proyectos contra el estigma, que vengan a visitarnos”. También reconoce que hay estigma entre los sanitarios: “Yo he ido a acompañar a muchas personas a los hospitales, y en vez de dirigirse a ellos se dirigían hacia mi” y admite que a veces no es fácil: “Yo creo que el estigma está por naturaleza en el propio ser humano y todos tenemos estigma, incluso nosotros sin darnos cuenta muchas veces estigmatizamos a las personas con las que trabajamos. Nosotros intentamos por todos los medios no hacerlo, pero incluso hasta con el volumen de voz”.
Marian no ha dejado de formarse en estos años de carrera: “Es verdad que yo siempre he tenido mucho miedo porque al final de estar tantos años aquí, siempre he tenido mucho miedo de hacer una mala práctica en mi trabajo. Es verdad que he intentado formarme mucho, rodearme de personas de confianza, que me digan si lo en lo estoy trabajando lo estoy haciendo bien” y es muy consciente de sus fortalezas: “Mi empatía. Creo que me sé poner en el lugar de otras personas y me considero alegre, divertida, ante situaciones difíciles me gusta darle la vuelta a la tortilla. También me emociono mucho con proyectos nuevos”. Así describe su salud mental: “Ahora mismo tengo estabilidad, me encuentro bien, tengo una familia, entonces todo eso me ayuda a que mi salud mental esté bien. Aunque, a veces, por trabajar con emociones ya ves que me pongo a llorar, aquí las emociones fluctúan mucho. Los terapeutas ocupacionales trabajamos con personas que han acumulado mucho sufrimiento, no se ve por fuera, pero es duro. Yo siempre intento que ese sufrimiento desaparezca y, a veces, lo conseguimos”.
Marian tiene muchas aficiones: “Me gusta jugar al padel, estar con mis hijos, con mi familia, con mis amigos…”. Entre mar o montaña lo tiene claro: “El mar me encanta, me chifla. A mí me hipnotiza. Mirar las olas me da la vida. De hecho, desde muy pequeña siempre he ido a la playa con mis padres y tengo muy buenos recuerdos de la playa. Simplemente con tomar el sol, me transporta muchísimo. Ahí conocí a mi marido, imagínate”. Cree que deberían cambiar algunas cosas en el Grado de Terapia Ocupacional: “Lo que te enseñan en la carrera es muy metódico. A mí hay una cosa que me chocó mucho: te decían que no abrazaras, no tocaras, no besaras. A los estudiantes les diría que han elegido la profesión más bonita del mundo. Que van a crecer a nivel profesional y personal” y manda un mensaje a su yo joven: “Le diría que le espera una vida profesional muy bonita. Madre mía”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Vania nació en Paraguay. Tiene 41 años. Le encanta la música, escucha house, y pop, su artista referente es Madonna y si tuviera que elegir una canción se quedaría con el éxito ‘La isla bonita’, el single que la reina del pop publicó en 1987 y que estuvo en lo más alto de las listas meses.
Vania sufrió abusos sexuales en la infancia. Nació como niño, pero muy temprano dejó de verse identificada con ese género, algo que no comprendieron en su casa: “Mi madre no me quería por mi condición sexual. Por ser chica trans. Me echaron de casa muy joven”, entonces decidió irse a Brasil donde cayó en la red de la droga y fue víctima de trata: “Sufrí mucho, tuve una infancia muy dura”. Con catorce años emigró con sus hermanas a España, estuvo unos años en Albacete “trabajando en el campo y en la construcción”. Esta situación le impulsó al tráfico de drogas, a una temporada en prisión y a la prostitución. Poco a poco consiguió ir cambiando su cuerpo, adaptándolo a sus sentimientos e identidad, pero fue víctima de una mala praxis: “Antiguamente nos poníamos silicona y nos pusieron de todo: aceite de máquina, de avión, hasta petróleo. Me causaron el síndrome de ASIA, que reduce mucho la movilidad. Pero ahora lo que hago es seguir luchando. De hecho, conocí a muchas artistas, a muchas chicas trans y algunas han muerto de eso”.
Vania ha conseguido estar en un periodo de abstinencia y se ha formado con talleres de estética que incluyen peluquería, maquillaje, uñas… y lo aprovecha en el centro de acogida en el que ahora vive: “Trato de hacer el bien. Hago las uñas aquí, y aunque mis trabajos son caros, no les cobro nada. Lo que gano es hacer felices a esas personas, aunque sea un ratito” quiere empezar a publicar esos diseños en Instagram: “Tengo el book hecho y muy pronto lo voy a publicar”. Cree que aún hay mucho estigma en la sociedad, que se ve duplicado en las personas trans: “Hay mucha discriminación. Antes de que cambiara mi DNI me contrataron en un empleo, pero cuando vieron mi DNI me dijeron que no podía empezar. La sociedad solo mira lo del trans, nos vincula a la droga y al alcohol. Tampoco nos rentan pisos por ser trans, he llegado a ver anuncios que pone «no trans», nos ven como lo peor”. También sufre estigma por haber vivido en la calle: “No ven a la persona. Por ejemplo, nosotros vamos a un bar muy cerca y cuando nos sentamos nos dicen «ay no, sois del albergue» y no nos atienden”.
Vania se considera una persona muy alegre y social: “Tengo muchas fortalezas. Trato de hacer a las personas de aquí felices. Trato de darles ánimos”. Le encantan “las barbacoas y los asados” y le gustaría dedicar su futuro profesional a algo relacionado con las personas: “Me gustaría ser, no sé, enfermera. Algo en lo que yo pueda ayudar”. A su yo más joven le diría que “mucho ánimo. Que de todo se sale y que adelante. Que siempre adelante”. Tiene claro dónde ve su futuro: “A mí me encanta España. Yo he estado en muchos lugares: en Inglaterra, en Suiza, en Dinamarca, hasta en Dubai, que allí castigan mucho la homosexualidad, de hecho, me encarcelaron por eso. Pero yo siento que España es mi casa, tenemos la misma cultura que en mi tierra. Yo tengo muchos amigos aquí. Siempre me he sentido muy acogida. Así que después de toda la vida para allá y para acá, ahora ya solo de Madrid al cielo.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Carolina ha vivido en Alcorcón siempre. Desde pequeña tuvo muy clara su vocación: “Siempre he querido ser enfermera, me gustaba, veía lo que hacían las enfermeras y me encantaba” es la carrera que eligió y tenía muchas ganas de empezar: “Yo estaba deseando trabajar, me encantaba la profesión”. Con el paso de los años le han sorprendido algunas cosas: “Creo que la profesional no está del todo valorada en general, lo veo yo y también mis compañeros”. Se especializó en salud mental: “La gente ni siquiera sabe que existe la especialidad. Las matronas, por ejemplo, sí que están muy reconocidas, pero la especialidad de salud mental no la conocen, para nada y luego si conocen algo por supuesto no saben el trabajo que se hace. Una de las particularidades que tenemos es que podemos trabajar en un montón de ámbitos, fíjate que situación tan contradictoria. Pero con independencia de eso, a veces también es muy gratificante porque hay pacientes muy agradecidos, la mayoría lo son”.
Cree que en estos años de profesión se ha evolucionado: “Ha evolucionado porque ahora se conoce más. Es que antes, ni siquiera existía la especialidad y eso ha mejorado, también el trato y los conocimientos en salud mental”, pero cree que sigue habiendo estigma: “Sigue habiendo mucho estigma, incluso dentro de nosotros mismos. También entre los pacientes o del sanitario al paciente”.
Tiene claras sus fortalezas: “La paciencia. Tengo mucha paciencia y luego la empatía. Empatizo mucho con los pacientes”. Disfruta mucho con su familia: “Tengo dos hijos. Me gusta salir a pasear, hacer pilates, me gusta salir con la familia, con los amigos” y trata de relativizar: “En general me cuido haciendo ejercicio, socializando, saliendo, relativizando. Así cuido mi salud mental. Me gusta el mar y la montaña”. Una de las cosas que más le gusta de su trabajo es poder conciliar: “Creo que he tenido suerte con el horario. Es cierto, que también echo un poco de menos el otro tipo de enfermería, pero creo que he tenido mucha suerte”. Aún tiene algunas cosas pendientes: “Si me gustaría hacer cosas nuevas, en otras unidades antes de que me jubile, que no me quedan muchos años para poder disfrutar de la jubilación, como unos 12 años o así. En ese momento me gustaría poder quedarme en Madrid”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Ascensión es de Burgos, se siente muy identificada y unida con la ciudad, la describe como “su ciudad de referencia”, aunque reconoce que “le gusta tanto el sol que parece mentira”. Vivió allí con su familia hasta que se marchó a estudiar fuera, a Madrid, donde llegó casi de casualidad y se licenció en Psicología: “Es una profesión que me gusta desde pequeña, me gusta muchísimo. Me encanta ponerme en el lugar del otro, poder ayudar”. Disfrutó mucho de la época universitaria: “Cuando llegamos de Burgos nos parecía una ciudad enorme y divertidísima. Nos movíamos con mucha gente, de muchos países y siempre compartiendo habitación, a mí es una cosa que me encanta porque aprendes mucho, te enseña a respetar y creo que eso es muy importante”. También en esa época empezó a salir con el que iba a ser su futuro marido, al que ahora está muy unida.
Ascensión perdió a su madre muy joven lo que influenció mucho su vida y la de su familia: “Mi hermano, Alberto, tenía unos dieciséis años cuando mi madre se fue, es decir, una época adolescente bastante dura. Aquello desencadenó en un brote psicótico. Es cuando le diagnosticaron esquizofrenia”. Al diagnóstico le acompaña la desinformación: “Empezó una carrera de fondo dura, muy dura. De pronto te encuentras con un diagnóstico y no sabes por dónde tirar. Los médicos lo primero que hacen es medicar, y la medicación de antes no es la de ahora. Ajustar esa medicación es un proceso muy duro, y él lo pasó con 17, 18 y 19 años”, además cree que los diagnósticos de salud mental van acompañados de etiquetas para toda la familia: “Te conviertes en ‘hermana de’, y tratas de hacerlo siempre lo mejor posible, como cualquier persona”, para ella uno de los peores momentos fue el fallecimiento de su padre:
“Fue muy duro. Él apoyaba mucho a mi hermano, y yo asumí esa responsabilidad”.
Al acabar la carrera sintió más dudas que antes de comenzar: “No es que me defraudara, pero al finalizar pensé que no sabía absolutamente nada, que era mucha teoría”. Hizo sus primeras prácticas en el Hospital Nuestra Señora de la Paz y lo pidió por su hermano, aunque, luego, las circunstancias cambiaron: “Me especialicé en psicomotricidad y acabé trabajando con niños que sufren enfermedades raras”. Cuando tuvo a sus dos hijos tomó la decisión de dejar el trabajo unos años: “Aunque no trabajara siempre estaba estudiando, informándome, o sea yo nunca he abandonado la psicología. Fui hasta embarazada al máster de psicomotricidad. Es una decisión que yo tomé, preferí estar con ellos y también nos lo podíamos permitir, ahora es eso más difícil”. Alberto estuvo viviendo con ellos casi una década, después de que falleciera su padre, pero no acababa de sentirse a gusto en la ciudad, muy agobiado por los coches, el asfalto y teniendo que renunciar a una de sus pasiones: la bici. Finalmente, tras años de búsqueda y cambios han encontrado una residencia de salud mental en el madrileño pueblo de Cobeña, donde Ascensión siente que Alberto ha encontrado su lugar: “Le encanta el campo y la libertad que da. Yo creo que allí se siente muy querido, con la atención adecuada y el apoyo necesario”.
Ascensión retomó el trabajo en un Centro Base de la Comunidad de Madrid:” Cuando me llamaron otra vez dije «ya es hora, la vida me lo ha planteado»” y si echa la vista atrás cree que ha sido una de las claves: “Mi familia y el trabajo han sido vitales. Además, yo he estado en muchos proyectos de voluntariado, es que recibes el triple de lo que das”. Asunción se acaba de jubilar: “Ahora intentas disfrutar y cuidarte porque empiezan a salir goteras. Empiezas a hacer cosas que antes igual no hacías: disfruto de mis nietos y de otras cosas simples como el sol. El otro día salí y me senté en un banco a valorar que hay sol, que hay pájaros, que hay árboles, a caminar despacio… es algo muy simple, pero que antes con el trabajo y las prisas no me daba tiempo hacer”. Aunque reconoce echar de menos algunas cosas: “La parte social. Yo no dejo de colaborar y estar en proyectos, es que soy muy inquieta”, y muchos de esos proyectos tienen que ver con la lucha contra el estigma que rodea la salud mental: “A mí me gustaría que igual que se habla en televisión o radio de otras enfermedades, pues también se hiciera de la esquizofrenia, que se oiga, que se vea. También es necesaria más investigación, más inversión porque falta mucho conocimiento”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Mateo tiene 31 años, es de Madrid, pero ha pasado más de una década en Italia, por eso de forma inconsciente se le escapan palabras en italiano. Con la separación de sus padres se volvió a España, donde vive ahora con su hermano. De pequeño soñaba con ser futbolista: “Como cualquier niño quería ser futbolista. Después quise ser taxista o psicólogo. No tuve una vocación muy clara, pero sí que algo que me gustaba mucho era lo social, estar con la gente”, precisamente por ese camino ha desarrollado su carrera profesional, es técnico de apoyo mutuo de la Asociación AMAFE, es decir, usa su experiencia personal con la esquizofrenia para ayudar a otros: “Intento aportar desde mi experiencia, intento dar esperanza. Es una oportunidad que me han dado en una asociación donde he estado desde los 21 años. Hago talleres, excursiones y transmito que sí se puede tener una vida plena. También es algo mutuo, porque yo veo lo que he avanzado”.
En un inicio el entorno de Mateo generó una gran presión para que estudiara, pero la sintomatología de la esquizofrenia le complicaba las cosas: “Con la medicación me costaba cada vez más estudiar, también escuchando voces, teniendo esos pensamientos extraños. Mi camino cambió un poco porque yo sentía expectativas muy altas y presión. He descubierto que tengo unas capacidades que son distintas. Descubrí que valía para muchas cosas, que un título no me hacía más o menos”. Mateo, tras pensarlo mucho, venció a la vergüenza y al qué dirán y decidió abrir su cuenta de Instagram y un canal de Youtube donde luchar contra el estigma que rodea a la salud mental: “Al principio hay un poco de vértigo. Pero yo ya venía publicando en redes mensajes de lo que pensaba, lo que sentía y decidí orientarlo a lo que había vivido. Decidí demostrar que la esquizofrenia no es estar tumbado en la cama 24 horas, o no poder tener amigos, o no tener pareja, ni poder estudiar, ni trabajar. Quería transmitir esperanza, hacer lo que hicieron mis compañeros conmigo, porque yo en ellos vi que todas esas cosas se podían hacer. Ahora me digo «joe, me puedo permitir soñar, creo que tengo derecho»”. En las redes Mateo ha llegado a muchas personas: “Una de las cosas que me ayudan mucho es un caso de una madre que me dijo que gracias a mis videos su hijo había salido a la calle. Me hace sentir que ahora doy una utilidad a lo que me ha hecho pasarlo tan mal, que he aprendido a usarlo para algo bueno”. Lamenta que la esquizofrenia se relacione con descontrol, con no poder tener una independencia, una vida normalizada… se identifica con una palabra en italiano ‘rivincita’ “es como hacer ver que lo que creían no es así. Es como una victoria para mí. Es lo que muestro en redes que no soy una enfermedad, ni un desequilibrado, sino una persona que tiene una experiencia propia distinta a otras personas”.
A Mateo le encanta pasear y el rap: “Me gusta escucharlo, sobre todo, pero he hecho alguna canción, me ha ayudado para desahogarme. Siempre me ha dado mucha vergüenza publicarlo. Yo, de hecho, en mi canal he publicado mi canción después de, sin exagerar, 10 años. Pero es algo que hago porque me gusta”. Tiene claras sus fortalezas: “Soy una persona flexible, y también he sido capaz de pedir ayuda y de ceder a tomarme un tratamiento aun sabiendo que tendría efectos secundarios”. Quiere mandar un mensaje a personas que se hayan sentido identificadas con su historia: “Decir que, a veces, la recuperación no es la falta de síntomas, sino que son las ganas de hacer cosas con esos síntomas. Son las ganas de dar un abrazo a tu madre, un paseo con tu hermano, un techo bajo el que vivir. Eso es para mí la recuperación. El ver que no estás donde estabas antes. A mí me han ayudado mucho mis amigos, mi familia y que creyeran en mi”. Su ciudad ideal es Barcelona, cree que lo tiene todo “el mar y la montaña”. sabe muy bien lo que le diría a su yo adolescente: “Lo primero que haría sería darle un abrazo. Intentaría consolarle y le diría que no hay un solo camino, que no hay una manera de vernos. Y que entendiera que su familia no es un enemigo. Y también le diría que de esto vamos a salir”.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón

Laura es de Madrid, ha vivido siempre en Leganés. Desde muy joven tuvo claro el sector al que quería dedicarse: “Yo en el instituto sabía que quería dedicarme a algo de lo social, pero había distintas opciones. Yo podría haber acabado perfectamente en trabajo social, en políticas o en periodismo, pero al final me decidí por psicología”. Nunca ha dejado de estudiar, se sacó el PIR -el Programa de Psicólogos Internos Residentes- y se especializó en Clínica. Además, se sacó un doctorado y lleva más de una década trabajando en la Fundación Jiménez Díaz, atendiendo a personas con trastorno mental grave, tanto en el Hospital de Día como en consultas externas.
Laura en este tiempo de profesión ha visto una evolución en el trato al paciente: “En el seguimiento que se hacía con los pacientes con trastorno mental grave ahora ha habido un cambio significativo. Incluso en lo legal también, las leyes de dependencia y de sanidad van un poco hacia eso, hacia una mayor autonomía y ver más a la persona y no tanto al trastorno o al síntoma. También antes pivotaba todo más en el hospital y ahora ya no es así, se atiende más en el medio y se da mucha más importancia a la rehabilitación psicosocial que hace décadas. Es verdad que hay que ir hacia la inclusión o la mayor normalización de estas personas, o sea que no se les atienda como a pacientes sino como a personas que necesitan apoyos para que continúe el funcionamiento de su vida lo más normalizado posible”.
Laura cree que el COVID ha aportado visibilidad a la salud mental: “Yo empecé el PIR en el año 2002 y viví de residente los atentados de Atocha, también ahí hubo como un momento de visibilización de la salud mental, parece que las grandes catástrofes nos ponen a todos un poco el foco en eso. Ahí sí hubo como un inicio de esa visibilización, pero es verdad que
como que se quedó un poco dormido y el COVID de nuevo, aunque no solo, lo ha visibilizado” esto ha tenido pros y contras: “Hay una parte muy positiva porque se empieza a hablar de lo que es salud mental, pero es cierto que yo tengo la sensación de que se habla de salud mental, pero no de trastorno mental grave. A casi nadie le importa decir que va al psicólogo, porque tiene depresión o ansiedad, pero es difícil que alguien te cuente que ha tenido un episodio psicótico o una fase maníaca. Esa visibilización en el trastorno mental grave no está sucediendo tanto”, además la visibilización ha tenido otras consecuencias: “Sí que parece que la visibilización ha contribuido a la banalización de la salud mental, ahora todo es salud mental incluso circunstancias cotidianas, vitales que son reacciones adaptativas, emocionales, absolutamente normales que todos tenemos cuando nos pasan cosas porque estamos vivos. Pero bueno, el cómputo total es positivo. En las últimas décadas se ha avanzado hacia la desinstitucionalización”, hay una clave importante a tener en cuenta en la lucha contra el estigma: “No hay más actos delictivos cometidos por personas con trastorno mental grave, que, por personas sin diagnósticos, de hecho, el mayor riesgo es para ellos mismos, porque sí que vemos que hay más intentos de suicidio y más autolesiones que en otra población, o sea que habría que intentar cuidarles más a ellos, y no cuidarnos nosotros de ellos”.
A Laura le gusta leer, el cine, ver series y tiene un minihuerto urbano al que va con su familia, sobre todo los fines de semana. Le encanta el mar: “Me gusta mucho la playa, pero viviendo en Madrid es más complejo llegar, así que subimos bastante a la montaña, que también nos gusta”. Laura se considera una persona empática: “Creo que tengo una capacidad empática importante” su carrera profesional le ha ayudado a eliminar por completo su estigma: “Cuando trabajas con el trastorno mental grave lo vives como algo muy cercano y pierdes todo el estigma con el que llegabas”. Su hija está intentando ampliar la familia con un gato: “Lleva tiempo intentándolo, pero como asumo que no se van a encargar ellos, resistimos, pero no sé cuánto tiempo aguantaremos”.
Laura cuida su salud mental con esos momentos de ocio: “Hay que cuidar mucho la vida personal, que salgas de aquí y desconectar, igual que con cualquier otro trabajo. Yo he pasado por varios procesos terapéuticos porque cuando te
formas te empiezan a surgir determinadas dudas respecto a tu vida y te recomiendan pasar por terapia. Y luego también después que pasé por un momento vital un poco más delicado también quise hacerlo y me sirvió”. Laura no se arrepiente de haber estudiado Psicología: “A mi Laura joven, que tenía dudas, le diría que acertó. Y eso que en aquel momento me decían aquello de que no tenía salidas. Pero a mí me parece que es muy bonito. Lo que te llevas de los pacientes y los familiares es muy bonito, aunque a veces también es duro porque no todas las evoluciones son las que te gustarían. Hay personas que tienen recaídas a pesar de que desde el inicio parecía que iba a tener muy buena evolución. Pero, en general, yo creo que trabajar con personas suele ser algo que aporta muchos beneficios”. En su futuro no ve muchos cambios: “Estoy bien. Sí que me gustaría seguir haciendo lo que hago.
Fotografías de Miguel Ángel García
Testimonios recogidos por Laura Hijón
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